Fue este otoño, gracias a mi querido Azul, con quienes tantas tardes he pasado conversando bajo el sOl compartiendo nuestra pasión por la literatura y por otras locuras universales, que me “obligué” a pasear de nuevo por las mágicas calles de Macondo, tirando esta vez de lápiz y papel para desenmarañar el árbol genealógico de los Buendía-Iguarán, y en esta ocasión poco me costó entender la congoja que muchos dicen sentir cuando se enfrentan a esta curiosa epopeya familiar.
Congoja porque García Márquez consigue hacerte sentir la ingenuidad que en la infancia sentíamos con cada pequeño descubrimiento, que a Macondo llegan gracias a los gitanos primero, a los americanos después. También por la creación y destrucción de ese micromundo casi autárquico que padece los caprichos del espíritu humano como en cualquier otro lugar –la codicia, la ambición de poder, el egoísmo, etc.-, y por la inocencia con la que el colombiano habla siempre del amor y los delirios que provoca en los enamorados. En cuanto a esto último, me quedo con una frase que me turbó especialmente: “Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererle”.
Además, si uno ha leído al menos La Increíble y Triste Historia de la Cándida Eréndida y de su Abuela Desalmada y otros de sus cuentos, sabrá apreciar en la novela los guiños que hace el autor a algunos personajes y situaciones que aparecían en sus relatos, y que de alguna forma ya anunciaban el prodigioso estilo de narrar de esta pluma ya octogenaria.
Al fin y al cabo, la proeza de Cien años de soledad ha sido renovar el concepto de novela combinando los antiguos cánones épicos y la novela psicológica del siglo XX, con unas dosis continuas de fantasía que contrastan con la verosimilitud de su historia. Así pues, si como dijo Picasso ser original consiste en tomar un poco de cada uno de los viejos maestros –la cita no es literal- García Márquez ha logrado revolucionar el género con esta metáfora fragmentada de la historia de la humanidad, siempre cíclica pese a tan previsible.
Sin más,